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sábado, 21 de junio de 2014

A televisa le dicen sus verdades en la cara.

martes, 17 de junio de 2014

Llegué a este sitio y al leer el articulo, mis primeros pensamientos fueron en el sentido de que el tema merecía guardarse y utilizarlo cuando sea necesario aconsejar a alguién mas.

La amargura, el pecado más contagioso

Por Jaime Mirón

La persona amargada toma decisiones filtradas por su profunda amargura. Tales decisiones no provienen de Dios y generalmente son legalistas.

"Amargura" proviene de una palabra que significa punzar. Su raíz hebrea agrega la idea de algo pesado. Finalmente, el uso en el griego clásico revela el concepto de algo fuerte. La amargura, entonces, es algo fuerte y pesado que punza hasta lo más profundo del corazón.

La amargura no tiene lugar automáticamente cuando alguien me ofende, sino que es una reacción a la ofensa o a una situación difícil y por lo general injusta. No importa si la ofensa fue intencional o no. Si el ofendido no arregla la situación con Dios, la amargura le inducirá a imaginar más ofensas de la misma persona. La amargura es una manera de responder que a la larga puede convertirse en norma de vida. Sus compañeros son la autocompasión, los sentimientos heridos, el enojo, el resentimiento, el rencor, la venganza, la envidia, la calumnia, los chismes, la paranoia, las maquinaciones vanas y el cinismo.

La amargura es resultado de sentimientos muy profundos, quizá los más profundos de la vida. La razón por la que es tan difícil de desarraigar es triple: En primer lugar, el ofendido considera que la ofensa es culpa de otra persona (y muchas veces es cierto) y razona: "El/ella debe venir a pedirme disculpas y arrepentirse ante Dios. Yo soy la víctima".

El cristiano se siente culpable cuando comete un pecado. Sin embargo, no nos sentimos culpables de pecado por habernos amargado cuando alguien peca contra nosotros, pues la percepción de ser víctima eclipsa cualquier sentimiento de culpa. Por lo tanto este pecado de amargura es muy fácil justificar.

En segundo lugar, casi nadie nos ayuda a quitar la amargura de nuestra vida. Por lo contrario, los amigos más íntimos afirman: "Tú tienes derecho… mira lo que te ha hecho", lo cual nos convence aun más de que estamos actuando correctamente.

Finalmente, si alguien cobra suficiente valor como para decirnos: "Amigo, estás amargado; eso es pecado contra Dios y debes arrepentirte", da la impresión de que al consejero le falta compasión. Me pasó recientemente en un diálogo con una mujer que nunca se ha podido recuperar de un gran mal cometido por su padre.

Ella lleva más de 30 años cultivando una amargura que hoy ha florecido en todo un huerto. Cuando compasivamente (Gálatas 6:1) le mencioné que era hora de perdonar y olvidar lo que queda atrás (Filipenses 3:13), me acusó de no tener compasión. Peor todavía, más tarde descubrí que se quejó a otras personas, diciendo que como consejero carecía de "simpatía" y compasión. Hasta es posible perder la amistad de la persona amargada por haberle aconsejado que quite la amargura de su vida (Efesios 4:31). El siguiente ejemplo ilustra cómo la amargura puede dividir a amigos y familiares.

Por regla general nos amargamos con las personas más cercanas a nosotros.

LAS CONSECUENCIAS DE LA AMARGURA

Para motivar a una persona a cumplir con el mandamiento bíblico "despréndanse de toda amargura…" (Efesios 4:31 NVI), veamos las múltiples consecuencias (todas negativas) de este pecado.

1) El espíritu amargo impide que la persona entienda los verdaderos propósitos de Dios en determinada situación. Job no tenía la menor idea de que, por medio de su sufrimiento, el carácter de Dios estaba siendo vindicado ante Satanás. Somos muy cortos de vista.

2) El espíritu amargo contamina a otros. En uno de los pasajes más penetrantes de la Biblia, el autor de Hebreos exhorta: "Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados" (12:15). La amargura nunca se queda sola en casa; siempre busca amigos. Por eso es el pecado más contagioso. Si no la detenemos puede llegar a contaminar a toda una congregación, o a toda una familia.

Durante la celebración de la pascua, los israelitas comían hierbas amargas. Cuando un huerto era invadido por estas hierbas amargas, no se lo podía limpiar simplemente cortando la parte superior de las plantas. Cada pedazo de raíz debía extraerse por completo, ya que de cada pequeña raíz aparecerían nuevos brotes. El hecho de que las raíces no se vean no significa que no existan. Allí bajo tierra germinan, se nutren, crecen, y los brotes salen a la superficie y no en un solo lugar sino en muchos.

Algunas raíces silvestres son casi imposibles de controlar si al principio uno no las corta por lo sano. El escritor de Hebreos advierte que la amargura puede quedar bajo la superficie, alimentándose y multiplicándose, pero saldrá a la luz cuando uno menos lo espera.

Aun cuando la persona ofendida y amargada enfrente su pecado de la manera prescrita por Dios, no necesariamente termina el problema de la contaminación. Los compañeros han tomado sobre sí la ofensa y posiblemente se irriten con su amigo cuando ya no esté amargado.

Hace poco un médico muy respetado y supuestamente cristiano había abandonado a su esposa y a sus tres hijos, yéndose con una de las enfermeras del centro médico donde trabajaba. Después de la sacudida inicial, entró en toda la familia la realización de que el hombre no iba a volver. Puesto que era una familia muy unida, se enojaron juntos, se entristecieron juntos, sufrieron juntos y planearon la venganza juntos, hasta que sucedió algo sorprendente: la esposa, Silvia, perdonó de corazón a su (ahora) ex esposo y buscó el consuelo del Señor. Ella todavía tiene momentos de tristeza y de soledad, pero por la gracia de Dios no está amargada. Sin embargo, los demás familiares siguen amargados y hasta molestos con Silvia porque ella no guarda rencor.

3) El espíritu de amargura hace que la persona pierda perspectiva. Nótese la condición del salmista cuando estaba amargado: "…entonces era yo torpe y sin entendimiento; era como una bestia delante de ti" (Salmo 73:21, 22 BLA). La persona amargada toma decisiones filtradas por su profunda amargura. Tales decisiones no provienen de Dios y generalmente son legalistas. Cuando la amargura echa raíces y se convierte en norma de vida, la persona ve, estima, evalúa, juzga y toma decisiones según su espíritu amargo.

Nótese lo que pasó con Job. En su amargura culpó a Dios de favorecer los designios de los impíos (Job 10:3). Hasta lo encontramos a aborreciéndose a sí mismo (Job 9:21; 10:1).

En el afán de buscar alivio o venganza, quien está amargado invoca los nombres de otras personas y exagera o generaliza: "…todo el mundo está de acuerdo…" o bien "nadie quiere al pastor…" Las frases "todo el mundo" y "nadie" pertenecen al léxico de la amargura.

Cuando la amargura llega a ser norma de vida para una persona, ésta por lo general se vuelve paranoica e imagina que todos están en su contra. Un pastor en Brasil me confesó que tal paranoia tomó control de su vida, y empezó a defenderse mentalmente de adversarios imaginarios.

4) El espíritu amargo se disfraza como sabiduría o discernimiento. Es notable que Santiago emplea la palabra "sabiduría" en 3: 14-15 al hablar de algunas de las actitudes más carnales de la Biblia. La amargura bien puede atraer a muchos seguidores. ¡Quién no desea escuchar un chisme candente acerca de otra persona! La causa que presentó Coré pareció justa a los oyentes, tanto que 250 príncipes renombrados de la congregación fueron engañados por sus palabras persuasivas. A pesar de que la Biblia aclara que el corazón de Coré estaba lleno de celos amargos, ni los más preparados lo notaron.

5) El espíritu amargo da lugar al diablo (Efesios 4:26). Una persona que se acuesta herida, se levanta enojada; se acuesta enojada, y se levanta resentida; se acuesta resentida, y se levanta amargada. El diablo está buscando a quien devorar (1ª Pedro 5:8). Pablo nos exhorta a perdonar "…para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones" (2 Corintios 2:11). Satanás emplea cualquier circunstancia para dividir el cuerpo de Cristo.

6) El espíritu amargo puede causar problemas físicos. La amargura está ligada al resentimiento, término que proviene de dos palabras que significan "decir de nuevo". Cuando uno tiene un profundo resentimiento, no duerme bien o se despierta varias veces durante la noche, y vez tras vez en su mente repite la herida como una grabadora. Es un círculo vicioso de no dormir bien, no sentirse bien al siguiente día, no encontrar solución para el espíritu de amargura, no dormir bien, ir al médico, tomar pastillas, etc. Algunas personas terminan sufriendo una gran depresión; otros acaban con úlceras u otras enfermedades.

7) El espíritu amargo hace que algunos dejen de alcanzar la gracia de Dios (Hebreos 12:15). En el contexto de hebreos, los lectores estaban a punto de volver al legalismo y a no valerse de la gracia de Dios para su salvación. La persona amargada sigue la misma ruta porque la amargura implica vivir con recursos propios y no con la gracia de Dios. Tan fuerte es el deseo de vengarse que no permite que Dios, por su maravillosa gracia, obre en la situación.

Consideremos ahora qué hacer cuando estamos amargados.

Ver la amargura como pecado contra Dios. Sin embargo, si yo estimara la amargura solamente como algo personal contra la persona que me engañó, me lastimó, me perjudicó con chismes o lo que fuere, sería fácil justificar mi rencor alegando que tengo razón pues el otro me hizo daño. Como ya mencionamos, es posible que no hay nada tan difícil de solucionar que la situación de la persona amargada que tiene razón para estarlo.

Cuando tengo amargura en mi corazón, con David tengo que confesar a Dios: "Contra ti, contra ti solo he pecado" (Salmo 51:4). En el momento en que percibo que (a pesar de las circunstancias) la amargura es un pecado contra Dios, debo confesarlo y la sangre de Cristo me lavará de todo pecado. Pablo instruye: "Quítense de vosotros toda amargura". La Biblia no otorga a nadie el derecho de amargarse.

Perdonar al ofensor. En el mismo contexto donde Pablo nos exhorta a librarnos de toda amargura, nos explica cómo hacerlo: "…perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo" (Efesios 4:31–32).

El perdón tampoco es un recibo que se da después que el ofensor haya pagado. Si no perdonamos hasta tanto la otra persona lo merezca, estamos guardando rencor.

El perdón no necesariamente tiene que ser un hecho conocido al ofensor. En muchos casos el ofensor ha muerto, pero el rencor continúa en el corazón de la persona herida. Recuerdo el caso de una señora que con lágrimas admitió que su esposo había desaparecido con otra mujer de la iglesia. Durante la conversación me confesó: "Lo he perdonado. Hay y habrá muchas lágrimas, dolor y tristeza, pero me rehúso terminantemente a llegar al fin de mi vida como una vieja amargada." El hombre consiguió el divorcio y se casó legalmente con la otra mujer. Por su parte, esta señora vive con su tres muchachos y sirve a Dios de todo corazón; sus hijos aman al Señor y oran para que su padre un día regrese al camino supuesto. ¿Fue injusto? Indiscutiblemente. ¿Hubo otras personas amargadas? Toda mi familia. ¿Viví o vivo con raíz de amargura en mi corazón? Por la gracia de Dios, no.

El perdón trae beneficios porque quita el resentimiento. Uno de los muchos beneficios de no guardar rencor es poder tomar decisiones con cordura.

El perdón no es simplemente olvidar, ya que eso es prácticamente imposible. El resentimiento tiene una memoria como una grabadora, y aún mejor porque la grabadora repite lo que fue dicho, mientras que el resentimiento hace que con cada vuelta la pista se vuelva más profunda. La única manera de apagar la grabadora es perdonar.
Después de una conferencia, una dama me preguntó: "Si el incidente vuelve a mi mente una y otra vez, ¿quiere decir que no he perdonado?"Mi respuesta tomaba en cuenta tres factores:

Es posible que ella tuviera razón. Recordamos que "engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso…" (Jeremías 17:9). El ser humano haría cualquier cosa para mitigar la vergüenza, y es lógico que permanezcan los fuertes sentimientos negativos asociados con una ofensa.

Hay quienes desean que recordemos incidentes dolorosos del pasado. En primer lugar está Satanás, que trabaja día y noche para dividir a los hermanos en Cristo (Apocalipsis 12:10; 1ª Timoteo 5:14). En segundo lugar, la vieja naturaleza saca a relucir el pasado. Los mexicanos emplean la frase "la cruda" al referirse a los efectos de la borrachera al día siguiente. En cierto modo es posible tener una "cruda espiritual" que precisa tiempo hasta no molestar más. Me refiero a ciertos hábitos, maneras de pensar que son difíciles de romper. Si uno en verdad ha perdonado, cada vez que el incidente viene a la memoria, en forma inmediata hay que recordar a Satanás y recordarse a sí mismo que la cuestión está en las manos de Dios y es un asunto terminado que sólo forma parte del recuerdo.

Finalmente existe otra persona o grupo que no quiere que usted olvide el incidente: Aquellos que fueron contagiados por su amargura, aquellos a quienes usted mismo infectó y como resultado tomaron sobre sí la ofensa. Por lo general para ellos es más difícil perdonar porque recibieron la ofensa indirectamente. Por lo tanto, no se sorprenda cuando sus amigos a quienes usted contagió de amargura, se enojan con usted cuando, por la gracia de Dios, ha perdonado al ofensor y está libre de dicha amargura. de Dios. Tener que perdonar un gran mal mientras el ofensor no lo merezca, representa una excelente oportunidad para entender mejor cómo Cristo pudo perdonarnos a nosotros (Romanos 5:8; Efesios 4:32).

El perdón debe ser inmediato. Una vez me picó una araña durante la noche. Tuve una reacción alérgica que duró casi medio año. Ahora bien, si hubiera podido sacar el veneno antes de que se extendiera por el cuerpo, hubiera quedado una pequeña cicatriz pero no habría habido una reacción tan aguda. Algo semejante sucede con el perdón. Hay que perdonar inmediatamente antes de que "la picadura empiece a hincharse."
h) El perdón debe ser continuo. La Biblia indica que debemos perdonar continuamente (Mateo 18:22). Perdonar hasta que se convierta en una norma de vida. Uno de los casos más difíciles es cuando la ofensa es continua como en el caso de esposo/esposa, patrón/empleado, padre/hijo, etc. Es entonces cuando el consejo del Señor a Pedro (perdonar 70 veces 7) es aun más aplicable.

El perdón debe marcar un punto final. Perdonar significa olvidar. No hablo de amnesia espiritual sino de sanar la herida. Es probable que la persona recuerde el asunto, que alguien le haga recordar o que Satanás venga con sus mañas trayéndolo a la memoria. Pero una vez que se ha perdonado sí es posible olvidar.

Perdonar es la única manera de arreglar el pasado. No podemos alterar los hechos ni cambiar lo ya ocurrido, pero podemos olvidar porque el verdadero perdón ofrece esa posibilidad. Una vez que hay perdón, olvidar significa:

1) Rehusarse a sacar a relucir el incidente ante las otras partes involucradas.
2) Rehusarse a sacar a relucirlo ante cualquier otra persona.
3) Rehusarse a sacar a relucirlo ante uno mismo.
4) Rehusarse a usar el incidente en contra de la otra persona.
5) Recordar que el olvido es un acto de la voluntad humana movida por el Espíritu Santo.
6) Sustituir con otra cosa el recuerdo del pasado, pues de lo contrario no será posible olvidar.

Pablo nos explica una manera de hacerlo: "Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal" (Romanos 12:20, 21). Jesús amplía el concepto: "Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen" (Mateo 5:44).

El perdón también significa velar por los demás. Al finalizar su libro y bajo la inspiración del Espíritu Santo, el escritor de Hebreos exhorta a todos los creyentes a que seamos guardianes de nuestros hermanos. Se requiere un compromiso profundo con Dios a fin de no caer en la trampa de la amargura. Cristo mismo nos dará los recursos para vivir libres del "pecado más contagioso".

Fuente: http://avanzapormas.com/Palabras-de-aliento-2010/la-amargura-el-pecado-mas-contagioso-raiz.html

 

lunes, 16 de junio de 2014

Todos tenemos alguna idea de qué significa ser humilde. Sin embargo, he escuchado a personas expresar ideas erróneas sobre lo que significa ser humilde. Por lo cual pienso que amerita una entrada explicando el concepto.

Ser humilde NO es lo mismo que ser humillado (ni dejar que nos humillen).

Ser humilde NO es hacer algo y dejar que otro se lleve el reconocimiento.

Hay más sobre el asunto.

Esto es lo que dice la Biblia:

“Por la gracia que se me ha dado, les digo a todos ustedes: Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación, según la medida de fe que Dios le haya dado.” (Romanos 12:3, énfasis añadido)

Sencillo, ¿no?

Ser humilde significa pensar de mí mismo con moderación.

Pero, ¿qué significa eso?

Fácil.

Ser humilde significa ser realista con la percepción que tienes sobre tí mismo. Implica reconocer tus fortalezas, pero tus debilidades también; conocer tus talentos, pero también tus limitaciones. Todo lo que esté por encima o por debajo de esta percepción objetiva de tí mismo es orgullo.

Hice una representación visual:

Básicamente, si piensas de tí FUERA de quién verdaderamente eres, estás siendo orgulloso.

Por ejemplo: Jesús dijo que Él era Dios. Esto lo dijo en humildad, ¡por que es una descripción certera de quién él verdaderamente era!

Por lo tanto, ser humilde es ser honesto sobre quién eres.

Si eres gracioso o inteligente – y es cierto – puedes demostrarlo sin ser orgulloso. Sin embargo, la MANERA de decirlo y el PROPÓSITO con el cual se dice también influye en el asunto de la humildad. Ser jactancioso de tus talentos, por ejemplo, es orgullo: estás inflando algo – que puede ser cierto sobre tí – hacia el área de “más ALTO concepto de tí mismo/a”.

En Lucas 14:8-11, Jesús dio un ejemplo chévere sobre el asunto:

Cuando alguien te invite a una fiesta de bodas, no te sientes en el lugar de honor, no sea que haya algún invitado más distinguido que tú. Si es así, el que los invitó a los dos vendrá y te dirá: “Cédele tu asiento a este hombre.” Entonces, avergonzado, tendrás que ocupar el último asiento. Más bien, cuando te inviten, siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó, te diga: “Amigo, pasa más adelante a un lugar mejor.” Así recibirás honor en presencia de todos los demás invitados. Todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Espera. ¿Esto contradice lo que se estableció al principio?

En ninguna manera.

La persona que se sentó en el “lugar de honor” se está jactando de que es un invitado de honor. El hecho de que seas un invitado de honor NO significa que vas a jactarte y sentarte en el lugar de honor. En otras palabras, puedes ser una persona sumamente inteligente – pero eso no significa que va a ir a los medios publicitarios diciendo que eres la persona más inteligente del mundo. Eso es “tener más alto concepto de sí”. Alguien que sea más inteligente puede venir y devolverte al concepto de sí que debes tener. Siempre recuerda: “El hombre prudente oculta su conocimiento, pero el corazón de los necios proclama su necedad.” (Proverbios 12:23)

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Interesantemente, el orgullo también es cierto para la persona que tiene un concepto MÁS BAJO de sí de lo que debe tener. Las personas que piensan que no son dignas de reconocimiento o que dejan que las humillen también buscan atención – pero de una forma distinta: a través de la lástima.

Cuando algo sucede y no se les reconoce, SIEMPRE le dan la queja a alguien. Constantemente actúan deprimidos y/o decepcionados – muchas veces con el propósito de que alguien les pregunte sobre ello. Por ejemplo, hay personas que dicen o “Soy muy gorda” o “soy muy delgada” sólo por escuchar a alguien que les diga que se ven bien. No están siendo realistas ni objetivos sobre sus cuerpos (o habilidades o conocimiento, etc) y buscan porristas (cheerleaders) emocionales que los conviertan en el centro de atención.

Ser humilde es ser honesto sobre quién eres.

Así que, el primer paso para ser humilde es… ¡CONOCERTE!

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NOTA FINAL:

Me gustaría añadir que parte de ser humilde incluye no atacar a las personas con las verdades sobre quién eres. Yo no entro en un auditorio gritando: “¡Soy el mejor porque tengo todas estas calificaciones!” Hago lo que necesite hacer y – si es que me preguntan – revelo las verdades de quién soy, porque ya conocen lo que hice. Eso sí, nunca es necesario hacerlo saber. Es mejor que te pregunten.

Piensa en Jesús. Cuando Él decía ser Dios, era porque le preguntaban o lo mencionaban y Él no lo negaba. ¿Te acuerdas cuando dijo: “Yo soy el camino, la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6)? La razón por la cual Jesús dijo eso es porque Tomás le preguntó (Juan 14:5). Siempre es así.

Por lo tanto, la humildad se demuestra cuando contestas honestamente sobre tí cuando te preguntan. Por lo general, no es necesario anunciar tus talentos con tus labios, ya que la manera en que vives hace un mejor trabajo.

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Piensa en esto:

Jesús era tan humilde que, a pesar de todos los milagros que hizo y las lecciones que les enseñó a miles de personas, Judas tuvo que besarlo para que los soldados supiesen a quién arrestar.

Fuente: http://verdadyfe.com/2012/07/09/que-significa-ser-humilde/comment-page-1/#comment-1752

 

Carta de Abraham Lincoln al maestro de su hijo

Abraham Lincoln fue el decimosexto presidente de los Estados Unidos. Introdujo medidas que dieron como resultado la abolición de la esclavitud y aprobó la Decimotercera Enmienda a la Constitución en 1865.

Abajo adjuntamos una carta escrita para el profesor de su hijo en 1830. A pesar de que fue escrita hace más de 100 años sigue siendo una inspiración y pareciera se escribió ayer. 

"Querido Profesor, mi hijo tiene que aprender que no todos los hombres son justos ni todos son veraces, enséñele que por cada villano hay un héroe, y que por cada político egoísta hay un líder dedicado.

También enséñele que por cada enemigo hay un amigo y que más vale moneda ganada que moneda encontrada.

Quiero que aprenda a perder y también a gozar correctamente de las victorias. Aléjelo de la envidia y que conozca la alegría profunda del contentamiento.

Haga que aprecie la lectura de buenos libros, sin que deje de entretenerse con los pájaros, las flores del campo y las maravillosas vistas de lagos y montañas.

Que aprenda a jugar sin violencia con sus amigos. Explíquele que vale más una derrota honrosa que una victoria vergonzosa. Que crea en sí mismo y sus capacidades aunque quede solito, y tenga que lidiar contra todos.

Enséñele a ser bueno y gentil con los buenos y duro con los perversos. Instrúyalo a que no haga las cosas porque simplemente otros lo hacen, que sea amante de los valores.

Que aprenda a oír a todos, pero que a la hora de la verdad, decida por sí mismo. Enséñele a sonreír y mantener el humor cuando esté triste y explíquele que a veces los hombres también lloran.

Enséñele a ignorar los gritos de las multitudes que solo reclaman derechos sin pagar el costo de sus obligaciones.

Trátelo bien pero no lo mime ni lo adule, déjelo que se haga fuerte solito. Incúlquele valor y coraje pero también paciencia, constancia y sobriedad.

Transmítale una fe firme y sólida en el Creador. Teniendo fe en Dios también la tendrá en los hombres. Entiendo que le estoy pidiendo mucho pero haga todo aquello que pueda.

Abraham Lincoln, 1830"

Es muy bonito leer un mensaje construido para contribuir con un ser querido, para la parte más importante de un padre: su hijo. En el mensaje se percibe el gran cariño de padre, el amor a su hijo; en tanto, la mejor recomendación, una inspiración hecha encomienda, se la envía a quien, después de él, permanece mucho tiempo con su hijo; pero quien además, tiene la gran responsabilidad de contribuir con la formación del pequeño.

Acepta, implícitamente, su responsabilidad como padre, los padres tenemos ese compromiso con nuestros hijos, no sólo de forma unitaria sino de conjunto, un compromiso familiar. Se advierte la asociación en la tarea educativa, el interés por ayudar con esa hermosa responsabilidad: la educativa. Revive la relación ideal entre padre y maestro.

Quizá no haya nada más hermoso y gratificante, en nuestra pequeñez e insignificancia temporal de vida, que, la de hacer buenos hombres a nuestros hijos, hacerlos responsables, honestos, leales a nuestra patria, razonables; para trascender en esta peligrosa y vertiginosa etapa social que vivimos; pero, tal vez, con mayores dificultades se enfrentaran ellos, por ello la importancia de proveerlos de los mejores instrumentos para facilitarles el paso de los obstáculos y peligros de la cotidianidad.

La carta también nos parece conlleva el sentido de protección, el natural amparo para el cachorro, conmueve el sentido paternal implícito. Puede haber muchas maneras de ofrecer y solicitar por igual el resguardo al ser más querido, pero, ésta… descompone y a la ves alegra, inquieta y seduce, envidia y emulación, muchas otras dualidades rememora su lectura. Para cerrar la columnilla acudo a una frase de Sigmund Freud (1856-1939): "No puedo pensar en ninguna necesidad más imperiosa durante la niñez que la de ser protegido por el padre".

Colaboración de:

 

Viborianus

Victoriano Robles Cruz

viborianus@gmail.com   Twitter:@viborianus   www.viborianus.com

PD.- Los niños comienzan por amar a sus padres. Cuando han crecido, los juzgan. Y algunas veces, hasta los perdonan. Oscar Wilde (1854-1900), escritor, poeta y dramaturgo irlandés.

jueves, 5 de junio de 2014

No hay lugar para todos los perros que nadie reclama.

"¡Cuidado! ¡Casi tocaste ese auto de costado!" -me gritó mi padre-. "¿Es que no puedes hacer nada bien?" 

Esas palabras me dolieron más que un golpe. Volví mi cabeza hacia el anciano sentado en el asiento junto a mí desafiándome a contestarle. Se me hizo un nudo en la garganta, y aparté los ojos. No estaba preparada por otra pelea.

 

"Yo vi el auto, papá. Por favor, no me grites cuando manejo."

 

Mi voz fue medida y firme,  que sonaba mucho más calmada de lo que realmente me sentía.

 

Mi padre me miró furioso, después volvió su cabeza y se mantuvo callado. En casa lo dejé enfrente del televisor y fuí afuera para componer mis pensamientos. Había oscuras y pesadas nubes en el cielo, prometiendo una lluvia. Un trueno distante retumbó como si fuera el eco de mi agitación interna. ¿Qué puedo hacer con él?

 

Mi padre había sido leñador en el Estado de Washington y en Oregon. Había disfrutado de vivir al aire libre y le gustaba medir su fuerza contra el poder de la naturaleza. Había entrado en agotadoras competiciones de leñadores, y a menudo ganaba. Los estantes de su casa estaban llenos de trofeos que probaban su habilidad.

 

Pero los años pasaron implacables. La primera vez que no pudo levantar un pesado tronco, hizo una broma sobre eso; pero luego el mismo día lo vi afuera solo, tratando de levantarlo. Se volvió irritable cada vez que alguien le hacía bromas sobre estar envejeciendo, o cuando no podía hacer algo que hacía cuando era joven.

 

Cuatro días antes de cumplir sesenta y siete años, tuvo un ataque al corazón. Una ambulancia lo llevó al hospital mientras el paramédico le hacía resucitación para mantener la sangre y el oxígeno circulando.

 

En el hospital, lo llevaron corriendo al cuarto de operaciones. Tuvo suerte, sobrevivió. Pero algo en el interior de papá, murió. El gusto por la vida desapareció. Obstinadamente se negaba a seguir las órdenes del doctor. Las sugerencias y los ofrecimientos de ayuda eran rechazados con sarcasmo e insultos. El número de visitantes disminuyó, y finalmente cesaron. Papá quedó solo.

 

Mi esposo Dick y yo le pedimos que viniera a vivir con nosotros a nuestra pequeña granja. Esperábamos que el aire libre y la atmósfera de granja le ayudaran a ajustar su vida.

 

Una semana después de venir, ya estaba arrepentída de la invitación. Nada le parecía satisfactorio. Criticaba todo lo que yo hacía. Me sentí frustrada y deprimida. Pronto me dí cuenta que estaba desahogando mi rabia con Dick. Empezamos a discutir y pelear.

 

Alarmado, Dick buscó al pastor y le explicó la situación. El pastor nos dió citas de consejería para nosotros. Al final de cada sesión, él oraba, pidiendo a Dios que calmara la turbada mente de papá.

 

Pero los meses pasaban y Dios guardaba silencio. Había que hacer algo y era yo, la que lo tenía que hacer.

 

Al día siguiente me senté con la guía telefónica y llamé a cada una de las clínicas mentales que había en el libro. Expliqué mi problema a cada una de las voces llenas de simpatía que me contestaron.  Justo cuando estaba perdiendo la esperanza, una de esas amables voces de repente exclamó: "¡Recién leí algo que podría ayudarla! Déjeme ir a buscar el artículo..."

 

Escuché mientras ella leía. El artículo describía el sorprendente estudio hecho en una clínica geriátrica. Todos los ancianos pacientes estaban con tratamiento por depresión crónica. En todos ellos sus actitudes mejoraron en forma excepcional cuando se les dió la responsabilidad de cuidar un perro.

 

Fui a la municipalidad a ver los perros ofrecidos en adopción.  Después que llené un formulario, un oficial uniformado me llevó a los corrales de los perros. El olor a los desinfectantes inundó mi nariz cuando entré a las filas de jaulas. Cada una contenía de cinco a siete perros. Los había de pelo largo, chino, unos negros y otros con manchas,  que saltaban tratando de alcanzarme. Los fuí estudiando uno por uno, pero los rechacé a todos por distintas razones: demasiado grande, o demasiado chico, o demasiado pelo, etc. Cuando llegué al  último corral, un perro desde la esquina más alejada se paró con dificultad, caminó hacia el frente de la jaula y se sentó. Era un "pointer", una de las razas aristócratas del mundo de los perros. Pero éste era una caricatura de la raza.

 

Los años habían puesto en su cara y hocico un poco de gris. Los huesos de sus caderas sobresalían en triángulos desiguales. Pero fueron sus ojos que atraparon mi atención. Calmados y límpidos, me observaban fijamente.

 

Apuntando al perro, pregunté -"¿Qué me dice de éste?" - El oficial miró, y sacudió su cabeza, intrigado.- "El es un poco raro. Apareció no se sabe de dónde, y se sentó en el portón del frente. Lo metimos,  pensando que quizá alguien viniera a reclamarlo. Eso fue hace dos semanas y nadie ha venido. Su tiempo termina mañana"-. Hizo un gesto, como que no se puede hacer nada.

 

Mientras las palabras entraban a mi mente, me volví al hombre con horror...- "¿Quiere decir que lo van a matar?"

 

"Señora", -dijo dulcemente-, "Es el reglamento. No hay lugar para todos los perros que nadie reclama."

 

Miré al "pointer" otra vez. Sus calmados ojos marrones esperaban mi decisión. "Lo tomaré", -dije-. Y manejé hasta casa con el perro sentado en el asiento delantero a mi lado. Cuando llegué a casa, toqué la bocina dos veces. Lo estaba ayudando a bajar del auto cuando papá apareció en el porche del frente... “¡Mira lo que te traje, papá!”  -dije entusiasmada.

 

Papá miró, y puso una cara de disgusto. “Si yo quisiera un perro lo hubiera buscado. Y hubiera elegido uno mejor que esta bolsa de huesos. Quédate con él, yo no lo quiero.” -Agitó su brazo despectivamente y empezó a caminar hacia la casa.

 

El enojo creció dentro de mí. Me apretaba los músculos de la garganta  y sentía latidos en las sienes. “¡Es mejor que te acostumbres a él, papá, porque se queda con nosotros!”

-Papá me ignoró... -“¿Me escuchaste, papá?” -Grité-. A estas palabras papá se volvió enojado, con sus manos apretadas a sus costados, con sus ojos entornados con odio.

 

Estábamos parados mirándonos fijamente como duelistas, cuando de repente, el "pointer" se soltó de mi mano. Fué cojeando despacio hasta mi padre y se sentó frente a él. Entonces muy despacio, cuidadosamente, levantó la pata delantera.

 

La quijada de mi padre tembló mientras se quedó mirando la pata levantada. La confusión reemplazó la ira de sus ojos. El "pointer" esperaba pacientemente. De pronto, papá estaba arrodillado, abrazando el animal.

 

Fué el principio de una cálida e íntima amistad. Papá lo llamó "Cheyenne". Juntos, él y "Cheyenne" exploraron el vecindario. Pasaron largas horas caminando por polvorientos caminos. Iban a las orillas de los rápidos ríos, a pescar sabrosas truchas, pasando largos momentos de reflexión. Incluso comenzaron a ir juntos a la iglesia los domingos, mi padre sentado en un banco y "Cheyenne" echado silencioso a sus pies.

 

Papá y "Cheyenne" fueron inseparables a través de los tres años siguientes. La amargura de mi padre se desvaneció, y él y "Cheyenne" hicieron muchos amigos.

 

Entonces, una noche, muy tarde, me extrañó sentir la fría nariz de "Cheyenne" revolviendo nuestras frazadas. Nunca antes había entrado a nuestro dormitorio en la noche. Desperté a Dick, me puse el salto de cama y corrí al cuarto de mi padre. Papá estaba en su cama, con una faz serena. Pero su espíritu se había ido silenciosamente  en algún momento durante la noche.

 

Dos días más tarde, mi dolor se hizo todavía más profundo cuando descubrí a "Cheyenne" tendido muerto junto a la cama de papá. Envolví su cuerpo en la alfombra sobre la cual siempre había dormido. Mientras Dick y yo lo enterrábamos cerca de su lugar favorito de pesca, le agradecí silenciosamente por la ayuda que me había dado para devolver a mi padre la paz y tranquilidad.

 

La mañana de funeral de papá amaneció nublada y sombría. "Este día se ve de la misma manera que yo me siento", -pensé, mientras caminaba hacia la línea de bancos de la iglesia reservados por familia. Estaba sorprendida de ver la cantidad de amigos que papá y "Cheyenne" habían hecho, que llenaban la iglesia. El pastor comenzó su elogio del difunto. Fue un tributo para papá y para el perro que había cambiado su vida.

 

Entonces el pastor citó Hebreos 13:2. “No dejes de dar hospitalidad a forasteros, porque haciéndolo, algunos han recibido ángeles sin saberlo.” “Muchas veces he agradecido a Dios por haberme enviado un ángel,” dijo.

 

Entonces me dí cuenta, y el pasado cayó todo en su lugar, completando un rompecabezas que no había visto antes: aquella amable y simpática voz que me leyó aquel artículo sobre el estudio en la clínica geriátrica.   La inesperada aparición de "Cheyenne" en el lugar de los perros para adopción. Su calmada aceptación y completa devoción a mi padre y la proximidad de sus muertes.

 

Y de repente, comprendí. Me dí cuenta que, ciertamente, Dios había contestado mis plegarias en busca de su ayuda.

 

La vida es muy corta para hacerse dramas por cosas sin importancia, así que:

 

RÍE CON FUERZA, AMA CON SINCERIDAD Y PERDONA RÁPIDAMENTE.

VIVE MIENTRAS ESTÉS VIVO.

PERDONA AHORA A AQUELLOS QUE TE HACEN LLORAR.  QUIEN SABE SI TENDRÁS UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD.

 

Comparte este texto con alguien. Puede que sea de ayuda a alguien que sufre. El tiempo perdido nunca se puede recuperar.

 

Dios contesta nuestras plegarias a Su manera... no a la nuestra...

 

Señor, delante de ti están todos mis deseos,

Y mi suspiro no te es oculto.

Salmo 38:9